EL FONDO DE LA MENTE

EL FONDO DE LA MENTE
Allí, precisamente en los rincones más recónditos de las circunvoluciones cerebrales se ocultan miles, millones de fenómenos químicos, que dan origen al pensamiento. Todos los pensamientos reunidos, a veces ordenadamente y otros en forma caótica, constituyen lo que se ha dado en llamar la mente. Del fondo de ella suelen escaparse, de tanto en tanto, cortocircuitos, a los que convencionalmente hemos decidido darle el nombre de ideas y ellas originan historias, pensamientos, razonamientos y toda la parafernalia semántica que el ser humano ha inventado para explicar todo aquello que no entiende. De ese fondo de la olla vienen estas narraciones que le dan forma a un blog que es solo de lectura. Un equivalente al libro que hasta ahora no he podido publicar. Que no sé si merezco publicar pero que me gustaría poder hacerlo. A algunos les podrá agradar, a otros no. Es absolutamente lógico y aceptable, pero, como todo libro, vuela de mis manos y cada cual en su intimidad dirá que bueno o que porquería que escribió este tipo. Genial. Así es el juego. Aquí está expuesto y no pido contemplaciones ni amiguismos. Sean honestos que esa es la mejor ayuda que cualquiera puede recibir.

viernes, 13 de febrero de 2015

DISQUISISIONES DE UN SEXAGENARIO IV

DISQUISISIONES DE UN SEXAGENARIO IV
Durante la historia política de nuestro país han pasado 53 gobiernos nacionales (Descarto a Juan Manuel de Rosas que solo representaba a la Pcia. De Bs. As.)
De esos 53 gobiernos nada más y nada menos que 28 (o sea el 52,8%) se sucedieron durante mis 66 años. (No pretendo hacer una evaluación política o económica de los mismos porque no me considero capacitado para ello, simplemente menciono el hecho)
Nací a un poco más de 30 años de la revolución rusa.
Nací a poco más de 30 años de la 1º guerra mundial.
Nací a 10 años de la guerra civil española.
Nací a 4 años del final de la 2º guerra mundial.
Mis abuelos y posteriormente mis padres vivieron esos acontecimientos.
Algunos tomaron parte en ellos.
Me rodearon personas que no solo lo habían vivido, sino que habían tenido que emigrar dejando sus hogares como consecuencia de unos u otros.
Vivimos la guerra fría, la de Vietnam y ahora la del medio oriente.
Tenía 10 años cuando Castro tomó el poder en Cuba.
Viví dos guerras salvajes e incomprensibles para nuestro país (El extraño enfrentamiento entre militares y “defensores del pueblo” y la locura de las Malvinas)
Me tocó formar parte de un medio siglo plagado de acontecimientos políticos o influenciado por ellos.
Y en ese medio nos desarrollamos.
Viví la carrera espacial. El vuelo de Laika, el de Yuri Gagarin y la llegada a la luna (Real o no, no importa)
Vi caer a la poderosa URSS y el muro de Berlín.
Vi abrir las puertas de la muralla china.
Vi pasar al cometa Halley y un sinfín de eclipses lunares.
Vi un eclipse de sol.
Vi el fin y el inicio de un siglo.
Vi caer las torres gemelas y unos años antes la voladura de la embajada israelí en nuestro país y el atentado en la Asociación Mutual Israelita Argentina.
Viví el 200° aniversario de la Revolución de Mayo.
He visto y he vivido nacer, crecer y pasar cantidad de individuos que fueron acentuando la corrupción, cada día con menos discreción.
He visto salir al pueblo a la calle a manifestarse sin obtener ningún resultado, es más, siendo burlados.
He tenido que escuchar las proposiciones más disparatadas que a nadie pudo ocurrírsele como trasladar la capital a Viedma, hacer una isla en medio del rio para establecer un aeropuerto, construir un tren bala en un país sin ferrocarriles.
He tenido que soportar la noticia de la muerte de un fiscal de la nación, ver como se procedía con total desprolijidad en su investigación, faltando un día para que presentara cargos contra el presidente y el canciller de turno.
Si sobrevivo podré llegar al festejo de los 200° años de la declaración de la independencia.
Honestamente puedo decir, como Neruda, “confieso que he vivido”.
Creo que mi mochila está hecha.
No he perdido mi capacidad de asombro, pero honestamente hoy son muy pocas las cosas que me asombran.
Tengo proyectos, alternativas de vida, ganas de hacer cosas.
Sé positivamente que muchas de ellas quedaran en la cosas por hacer.
Cuando se cortará el hilo, caerá el último grano de arena de mi reloj de vida, nadie lo sabe.
Hasta donde llegarán mis posibilidades tampoco.
Solo sé que aquí estoy, aquí sigo y, mal que me pese, no hay otro remedio. Si ya sé que hay otro remedio, pero al menos por hoy, en mí, está totalmente descartado.
Siempre pensé que lo más importante era alcanzar la paz. Poder vivir en paz, en cualquier circunstancia. Hoy creo que lo más importante es el respeto.
Cuando las personas se respetan se puede vivir en paz.
Cuando se respetan entre ellas y se respetan a sí mismas, se obtiene la paz o la tranquilidad que tanto he buscado, a veces por caminos equivocados, durante toda mi vida.
No he enumerado las cosas que he hecho durante esta larga carrera y tampoco las que me gustaría hacer.
Tengo bien en claro que no van a ser posibles.
Que mientras tenga capacidad mental y física voy a querer más y algún día muchos de esos proyectos quedaran en eso, solamente proyectos.
Pero ya no me preocupa.
Ya no corro detrás del arco iris.
He descubierto que estaba en el arco iris y no me había dado cuenta.
Y soy feliz.
No con esa felicidad total y absoluta de los cuentos de hadas, sino con esos trocitos de felicidad que se van juntando como un rompecabezas hasta conformar una felicidad mucho más grande y más feliz.
Y todos los días renazco, pero con la experiencia de los días pasados y eso es maravilloso.
El sol alumbra más y la lluvia es más dulce cuando canta golpeteando sobre el tejado.
Los árboles danzan para mí movidos por una brisa cómplice que las ondula y de paso acaricia mi cara.
La gente pasa a mi lado y actúa, se mueve, como en un escenario, dándole forma a una obra que cuando caiga el telón tendrá a sus artistas saludando y al público aplaudiendo a rabiar.
¡Y eso es la vida!.
¿Hay algo más? ¿Hace falta? Vamos. Subamos la cuesta que arriba en mi calle comenzó la fiesta.


lunes, 26 de enero de 2015

DESCUBRIMIENTO

DESCUBRIMIENTO

Hice un cuenco
con mis pobres manos
y te di a beber
lo que podía:
Cuentos, poemas,
experiencias,
reflexiones y filosofías.
Historias de princesas
que, a caballo,
un campo de hortensias
recorrían,
en busca del príncipe encantado,
aquel que jugador de bolsa
supo moverse con sabiduría,
acumulando el “néctar”
preferido
por las doncellas
modernas o antiguas.
Y sin embargo
todo ha sido en vano.
Vano los cuentos.
Vanas las historias bebidas.
El camino por uno recorrido
no sirve y se vuelve
con orgullo
al punto de partida.
Cada uno escoge su camino.
Arma su tiempo
y, con mas penurias
que alegrías,
recorre de nuevo
el repetido sendero
y mientras lucha
 va gastando
absurdamente su pequeña vida.
Y entonces me pregunto
¿El creador de esto,
el gran Maestro,
es acaso lo que pretendía?
¿Girar como giran los planetas,
sin saber, sin pensar
un día y otro día,
con la ilógica
de lo incomprensible,
repitiendo las mismas tonterías?.
¿Rotando sin parar ni un solo instante
en una noria loca
que gira, y gira y gira?
¿A dónde vamos los hombres,
Señor mío?
¿A dónde que mi mente no comprende?
¿Es tal vez por demasiado altiva?
¿Es por eso acaso que te niego?
¿Qué me resisto a creer que existas?
¿Un ser malvado,
burlón, estrafalario,
que juega con sadismo
con la idiotez del hombre
que se arrastra,
lucha sin armas
y se desespera,
por un camino
Incierto, interminable
e irremediablente sin salida?.
No acepto la existencia
de un creador de tamaña felonía
Y es aquí donde me pierdo
Y no comprendo…
…………………………………..
La mañana se presenta gris y fría
Los árboles se visten
de un invierno
que aprieta el alma
se aferra y la marchita.
Salgo a caminar,
no pienso en nada,
porque la nada toda me domina
 Miro mis manos,
voy formando un cuenco,
 y descubro que las dos
están vacías.

Alberto Colonna
Junio. 2012






miércoles, 21 de enero de 2015

DISQUISICIONES DE UN SEXAGENARIO I

DISQUISICIONES DE UN SEXAGENARIO I
No son más que las ideas locas de un jovato sexagenario…
No tienen por qué ser verdad… pero también podrían serlo…
He descubierto que la vida es notablemente parecida a un video juego.
Simplemente elegís un personaje y te disponés a superar
dificultades para dirigirte hacia algún lugar que no sabés
específicamente como es o en que consiste.
Con cada escollo que salvás o cada nivel que subís ganas puntos y te ponés feliz.
Pero enseguida tenés que continuar.
A veces algo te sorprende por el camino y… “GAME OVER”,
quedaste afuera.
Otras veces conseguís llegar hasta el final y cuando lográs
hacer el último movimiento no te dan ningún premio, no te
ponen una corona de laureles o te victorean triunfador.
Simplemente se acabó… Eso fue todo…
No sé si luego se iniciará otro juego… tal vez…
Cada quien tiene el derecho a pensar o creer lo que le venga en ganas.
Nadie ha vuelto para contarnos lo que sucede.
Pero lo que si es cierto es que mientras nos toca jugar
debemos disfrutar del juego.
Cada puntito que sumamos, cada obstáculo que vencemos es una porción de esa
felicidad que todos perseguimos.
Cuando nos toque dejar los controles lo único seguro
que nos llevaremos es haberla pasado bien.
El haber vivido con entusiasmo cada momento.
Y nada más…
Probablemente no es más que una tontería que imaginé
jugando con mi hijo… Probablemente no es más que eso…
A mi me sirve…
Les deseo que disfruten del tiempo por venir y que sean

muy pero muy felices.

DISQUISICIONES DE UN SEXAGENARIO III

DISQUISICIONES DE UN SEXAGENARIO III
Alberto Colonna
Febrero, 2011


Estoy próximo a cumplir los 62 y me han ocurrido cosas, situaciones, que me han golpeado. No por lo que ellas en si significan sino por la sorpresa de no esperar que las mismas ocurrieran.
Por una cuestión político económica todas las personas se jubilan a los 65 años. ¿Por que? Porque no se puede establecer cuando el ser humano comienza a flaquear en puntos vitales para la sociedad y es necesario que “entregue la posta”.
La vida es una escalera, cada año es un peldaño que vamos subiendo hasta el final de la misma, no importa cuando, es lo menos importante… pero ya les hablaré de eso.
No es lo mismo a los 62 que a los 61. Se supone que en el transcurrir del año he aprendido, he incorporado nuevos conocimientos y experiencias, así como también he sumado limitaciones, mínimas, pequeñas, imperceptibles, pero reales.
Uno es conciente que no conduce como lo hacía hace 30 años atrás, que no retiene las cosas con la facilidad con que lo hacía, que se cansa mucho más, que se ha vuelto más sensible y lo golpean mucho más cosas que hace un tiempo atrás le resbalaban. También es conciente que está más pausado, no se arrebata ni se equivoca con la facilidad con que lo hacía, disfruta más de las cosas que hace, la experiencia sumada le permite enfrentar desafíos que hoy le resultan simples y antes eran todo un mundo.
Claro, las fechas son relativas. Pero pongámosno de acuerdo en que los sesenta es una edad en la cual uno ya llega cansado de trabajar, harto de soportar las mismas preguntas absurdas, los mismos conflictos que debieran ser conocidos y para algunos se les presentan como grandes novedades. Es una edad en la que, si ha hecho bien las cosas o  ha tenido suerte, todavía está entero para disfrutar de los otros placeres, de otros caminos que posiblemente durante su tiempo activo no pudo recorrer.
Nos están sobrando cinco que son las reglas del juego. Pero punto. Cinco más y nada más. Lo que nos queda es un camino corto y hay mucho por recorrer.
Por otra parte, siempre lo digo: “Cuando uno “chochea” no se da cuenta”. ¿A que vamos a esperar? ¿A que nos descarten por inservible o peligroso? Porque eso es lo peor. La persistencia en la continuidad de la vida que no nos corresponde comienza a ser peligrosa para el resto de los que nos rodean. La edad nos debe dar esa cuota de responsabilidad. “El necio nunca aprende, el inteligente aprende de sus errores, el sabio aprende de los errores de los demás”, dice el viejo adagio.
El problema surge cuando alguien es tan poco capaz que ha aprendido una sola cosa. Solo sabe moverse en un espacio y si se lo quitan se desespera. Los estadounidenses, que son muy prácticos, (es cierto viven otra realidad socioeconómica lo que lo hace más fácil) dicen que unos cuantos años antes hay que ir preparando el retiro. Lenta, pero progresivamente hay que ir delegando actividades y esos espacios irlos cubriendo con otras ocupaciones, de tal forma que cuando llegue el tiempo del retiro, de alguna manera uno ya esté en otra cosa y no note la diferencia.
Estos 62 años me han enseñado que no existe nada mejor ni peor. Cada uno tiene un gusto diferente, una manera de vivir distinta, una forma de aprovechar el tiempo personal. Lo que le gusta a cada uno es lo mejor. Y lo que no le gusta no sirve.
Hay reglas, que los años han enseñado. Reglas de salud. Alterarlas forma parte, justamente de esa incapacidad de crecer, de transcurrir la vida absurdamente. Nada asegura nada, pero se supone, que dan más posibilidades.
¿Posibilidades de alargar la vida? En lo personal no me interesa. La vida no es un don. Es un castigo por el tremendo acto de egoísmo que llevamos a cabo los padres lanzando a alguien a un mundo que no le ofrece ninguna garantía.
La vida es un don preciado. Mentira.
La vida es algo que no he llegado a entender, por lo menos hasta el tiempo que llevo vivido, y me da la sensación que cuando la película se acabe va a ser como esos films que dejan el final abierto. Te quedás con las ganas de saber que pasa.
Pero honestamente no me interesa.
Ya estuve cerca de la muerte y me dio lo mismo.
Allí aprendí que no me queda otra que vivir y es bastante estúpido hacerlo mal.
Cada día a enfrentar hay que tratar de disfrutarlo.
Bueno sería que todos lo entendieran. Porque muchas veces el entorno es quien no te lo permite.
Hay una frase, que no sé a quien pertenece pero me gusta, que dice: “La vida es simple, es el hombre quien la complica”.
No creo que haya que ser un lama para disfrutar la vida, aunque hay que aprender a pensar lo más parecido posible. Tengo lo que tengo. Soy lo que soy. Haré lo que pueda y hasta donde pueda (física y temporalmente).
En algún momento me van a quedar muchísimas cosas por hacer, cantidad de sueños por cumplir. ¿Por qué desesperarme por uno de los tantos que hoy no puedo alcanzar? Hay otros, más simples, más realizables.
En una película que vi, no hace mucho tiempo, el protagonista planteaba que los ignorantes eran mucho más felices, lo que el interlocutor más viejo aceptó pero le dijo: “prefiero el padecimiento del conocimiento a la felicidad de la ignorancia”.
La sabiduría no pasa por saber mucho, sino en llegar a comprender que siempre es poco. El saber del mundo es tan grande (e inestable) que es imposible llegar a abarcarlo completamente. La humildad es un signo de que se ha comprendido lo pequeño que somos.
El recordar muchas cosas no es más que la demostración de una buena memoria. Hay organismos que tienen esa facilidad. Sin embargo es posible que sea mucho más inteligente aquel que razona lo poco que recuerda, recurre a las informaciones y aplica su experiencia, que aquel que utiliza palabras, citas, nombres, grandilocuentes pero continúa cometiendo los mismos errores una y otra vez, convencido de que es un superdotado.
He recorrido un largo camino. He aprendido a respetar y querer a todos. No tengo rencores. No sé tenerlos. No tengo grandes ambiciones. Lo único que pretendo es vivir en paz y feliz. ¡Poca cosa!
Hay muchos temas que quisiera tocar. Entre las limitaciones de la edad está la desconcentración. Ahora se me escapan. Tal vez escriba una cuarta versión (La segunda nunca la envié). Veremos. En este momento no sé por qué me viene a la memoria un poema que tengo guardado de Miguel Hernández, que dice:

QUISE SER… ¿PARA QUÉ?... QUISE LLEGAR GOZOSO
AL CENTRO DE LA ESFERA DE TODO LO QUE EXISTE.
QUISE LLEVAR LA RISA COMO LO MÁS HERMOSO.
HE MUERTO SONRIENDO SERENAMENTE TRISTE.

Nota: A esta altura de mi vida he llegado a los 64 y me quedan meses apenas para la jubilación. Nada ha cambiado. Sigo pensando lo mismo, por lo que publicarlo ahora tiene el mismo valor que hace apenas dos añitos.


Nota de la nota: en el momento de la publicación ya he cumplido los 65 y fiel a una línea de conducta me he jubilado. Gracias a eso dispongo del tiempo para armar este blog. 

VOLVER A EMPEZAR

  
¿Es un cuento? ¿Es una historia?...
Simplemente es un relato basado en hechos reales complementados con algunos delirios que, a veces, tienen mucho mas de verdad que las verdades mismas.
 Dedicado a
“los ángeles de la terapia”

VOLVER A EMPEZAR

El anciano, de barba blanca y bien recortada, me miró con ojos que denotaban un asombro creciente.
-              ¿Que… que hace usted aquí? –
Lo miré haciéndome el que no entendía lo que estaba sucediendo y me encogí de hombros.
-       Que usted esté llamando a esta puerta es un total absurdo… - barboteó - ¿Tiene idea de la increíble cantidad de víctimas suyas que tenemos agendadas? ¿Quién lo mandó para acá? ¿Algún chistoso? –
Lo miré comprensivamente. Mentalmente hice un repaso de lo hecho hasta ahora y si ponía en la balanza los éxitos y los fracasos, buen… mejor no ponerlos.
El anciano se desesperó para que comprendiera.
- No, no, no… aquí hay un error… a Ud. le corresponde… el otro portal…                        ¿ “Capisce”’?... El otro –
Y se estiraba para señalar un portón medio desvencijado que se erguía entre dos nubes violáceas.
Después de asegurarse de que lo había entendido cerró el portón con violencia sin darme tiempo a agradecerle aquella definitiva información.
Caminé tan velozmente como me lo permitía un difícil terreno que se hundía y se levantaba en forma caótica e imprevisible (Como caminar sobre un colchón de agua) hasta que por fin me detuve frente a un portal extremadamente alto. Evidentemente le hacía falta mantenimiento porque se advertía la pintura resquebrajada, y hasta descascarada, en muchos lugares.
Golpee y me quedé esperando.
Pasó un cierto tiempo hasta que oí algún sonido del otro lado. Algo así como un arrastrar de pies que cansinamente se acercaban al pórtico. Me pareció, también, escuchar una protesta ahogada, con seguridad una maldición o algo parecido.
La puerta se abrió bruscamente y tras ella apareció un ser macilento, de aspecto y edad indefinidos. Apenas me vio, el tono pálido, casi marfil, de su cara, comenzó a cambiar de color.
-¿Qué… que hace usted aquí? –
¡Otra vez la misma estúpida pregunta!
-       ¿Qué se yo?... Me… me mando el señor de al lado – balbucee.
-       ¡Que hijo de…! ¡No querido, no!… ¡Aquí no! – Y señalaba con vehemencia el lugar donde se hallaba parado - Si yo lo dejo pasar con seguridad me desprestigia el negocio… acá somos malos… si… pero tenemos nuestros principios… ¡Pero que hijo de…!- Y sin darme ni la menor oportunidad a responder se dio vuelta y se dispuso a cerrar el portal, tal como lo había hecho el personaje anterior.
-       ¡Ah, no viejito! – Exclamé mientras le ponía el pie evitando el portazo que se venía      
     -     Los dos se lavan las manos ¿Y yo qué?... ¿Qué soy yo… el hijo de la pavota? –
           El tipo me miró como si no entendiera mi reclamo.
Eso me puso más verde todavía.
-       Escuchame, pedazo de bofe… Si el cielo no me quiere y el infierno no me acepta… ¿Qué carajos hago yo?… ¿Me querés decir?… ¿Qué carajos hago? –
           Me miró casi con lástima. Se rascó la barbilla. – “Se debería quedar en el limbo, así no               jode más a nadie” – pensó en voz alta.
-       ¡Ma si! – ladró – ¡Mientras no sea para acá agarrá para donde se te antoje! ¿Sabés que podés hacer?... Volvete por donde viniste… y… por – fa - vor… ¡No rompas más! – y sin darme tiempo a reaccionar empujó con tal fuerza el portón que tuve que sacar el pie lo más rápidamente que pude. Llegué a escuchar claramente como colocaba el seguro y algún tipo de tranca, no fuera a ser cosa que yo tuviera alguna posibilidad de filtrarme.
De pronto la iluminación del ambiente había desaparecido y la negrura más espesa parecía envolverme, haciéndose eco de mis atribulados pensamientos.
Muy pequeñita, una luz extremadamente brillante, comenzó a abrirse paso entre las tinieblas. No entendía muy bien lo que sucedía pero me dispuse a esperar. El destello se hacía cada vez más pronunciado y progresivamente iba invadiendo todo el espacio. Me pareció oír voces que provenían del otro lado de la luz.
Lo primero que vi fueron unos frascos, o mejor dicho unos sachés, con unos tubos delgados, transparentes que descendían de su parte inferior. Pronto descubrí que llegaban, como autopistas de una novela de ciencia ficción, hasta incrustarse en mis brazos, transportando un líquido que goteaba apresuradamente.
Sentí una opresión… en realidad una delicada presión sobre mi pecho. La luz intensa me molestaba por eso tuve que parpadear varias veces hasta que pude identificar a una joven doctora quien apoyaba, protectoramente, su mano izquierda sobre mi tórax, mientras que con la derecha controlaba mi pulso.
-       Ya está… por suerte revirtió con la atropina. ¡Uff! – Suspiró – faltó poquito –
Recién recapacité en lo que había pasado.
Por allí escuche “fue un bloqueo aurículo ventricular transitorio”.
“Que lo parió. Así que safé por un pelo - razoné - Ja… que linda jo…”
Y ahí me di cuenta.
Cerré los ojos con fuerza y al abrirlos seguía en el mismo lugar. Tendido, cuan largo soy, en la cama de terapia.
¡Cómo me cagaron!
Ni a un lado ni al otro… Noooo… la cosa tenía que ser peor y los muy hijos de su madre la pensaron bonito.
Nada de pasar para el otro mundo, nada de acabar aquí y ahora. La pena no podía ser peor… me habían condenado a volver a convivir con mis semejantes.
Solamente a ellos se les pudo ocurrir una tortura más sofisticada.
Comprendí que no me quedaba otra alternativa. Traté de aceptar mi condena. Me relajé y dejé que siguieran trabajando.
En el fondo, muy en el fondo, mezclado con las voces de las enfermeras que corrían cumpliendo las órdenes que impartían los médicos, escuchaba, como entre sueños, a Lerner empecinado en canturrear:

“Y mañana será un nuevo día… Volver a empezar”.



DERECHOS HUMANOS

DERECHOS HUMANOS  Alberto O. Colonna/09

   La filosa hoja del cuchillo se clavó hasta llegar al corazón y lo recorrió de arriba hacia abajo. Repitió la maniobra y con un movimiento similar lo enterró casi hasta el mango de forma tal que con una leve presión completó el enorme tajo. Luego, con la misma punta, extrajo el pedazo de sandía y meticulosamente se dedicó a quitarle las semillas más evidentes.
-                     Está buena – pensó – bien coloradita y chorreando – y largó una carcajada festejando su propio chiste.
-                      
Estaba solo. Era la hora de la siesta. El calor parecía ocupar cada espacio intentando impedir la respiración. Las únicas que sin lugar a dudas no se habían enterado eran dos moscas que revoloteaban zumbando, más que nada atraídas por la sandía recién abierta.

Se distrajo por un instante siguiendo sus evoluciones. De un color azul verdoso, subían y bajaban con movimientos nerviosos, se posaban, caminaban un pequeño trecho y nuevamente a volar. Las dejó que se posaran sobre los restos de cáscaras que había ido dejando a su lado, las miró juguetear un instante, y de un solo manotazo las aplastó a las dos.}

-                     ¡Que las parió! – Y sonrió con satisfacción.
-                      
Se metió en la casilla. La chapa recalentada por el sol parecía multiplicar la temperatura. Fue directamente hacia una pequeña mesita semioculta en el rincón derecho. Tanteó debajo de ella y la cara se le iluminó cuando su mano chocó con un bulto que, cuidadosamente, despegó, para colocarlo sobre sus piernas.

La transpiración corría sobre su frente... pero no la sentía.

El sol que entraba por uno de los agujeros de la chapa iluminó, como un reflector, la 9 mm. El reflejo le lastimó los ojos. La tomó casi con devoción. – Ahora si... – exclamó – ahora siiiii...  –

El plan era perfecto. No podía fallar. No en vano siempre había sido reconocido como el más despierto de todos. En el colegio los maestros le auguraban siempre un gran porvenir... Ja... Un gran porvenir.

Se sentó sobre el piso de tierra, justo en el centro de la habitación... Las imágenes se le agolparon como en una película.

Había salido a buscar trabajo... pucha si había salido...

Uno, dos... cientos de sitios, fábricas, negocios... En todos lados había sido igual. «Ahora no, volvé otro día, no hay vacantes, ya lo vamos a llamar...» y nada... nada... nada... En el último lugar en donde hizo el intento descubrió la verdad. Sin querer, por pura casualidad escuchó el diálogo entre el Jefe de personal y un Capataz:

-                     El pibe podría servir, parece piola –
-                     Si... pero no... –
-                     ¿Por? –
-                     ¿No te diste cuenta? Si se le nota a la legua. Es un villero y vos lo sabés muy bien... nunca confíes en un villero –
-                     Ahá... en eso tenés razón –
-                      
De pronto comprendió lo ocurrido, todo comenzó a tener sentido.

                    Ud. va a llegar muy lejos, Diéguez, siga aplicándose que va muy bien –
Lo que no habían sabido ver era que llevaba tatuado en la frente, como para que todos lo vieran, la palabra villero... Como un eco rebotó en su cerebro provocándole un dolor que aun hoy no podría describir; VILLERO-VILLERO-VI-LLE-RO-VILLEROVILLEROVILLEROOOOOO.

Pero ahora todo iba a ser distinto. Apretó con fuerza la culata y supo que las cosas habrían de cambiar.

Lo había estudiado con detenimiento. Detalle por detalle. La cosa era tan fácil que solamente un tonto podía fallar: El primer paso fue elegir el sitio. Pegadito a Tribunales. ¿Quién va a imaginar que pueda ocurrir algo así justo en ese sitio? A nadie. Y... ¡Bingo!  No hay vigilancia... Vía libre para papito.

Lo siguiente seleccionar a la víctima: «Fotocopias, legalizaciones, etc. etc.». El cartel anunciaba que allí se laburaba en forma. Cantidad de expedientes, contratos y firmas pasaban permanentemente por ahí y dejaban guita... mucha guita...

   Y lo más interesante: los que estaban a cargo del negocio eran dos jovatos que no podían con su alma. En cuanto vieran la nueve milímetros entregaban hasta los calzoncillos... seguro. Ya lo había pensado, los encerraba en el baño y como quien no quiere la cosa salía tranquilamente derechito hacia el subte. En cuanto se pudiera meter entre toda la gente no lo iban a identificar ni que fueran brujos.

   Volvió a apretar el arma como tomando impulso. Afuera el sol se había ocultado detrás de unas nubes que presagiaban una de esas tormentas de verano. De pronto todo había tomado un tono gris oscuro. En algunas casillas habían comenzado a encender las luces.
   Colocó la pistola de nuevo en su sitio. Se asomó a la puerta. Miró hacia el cielo y se apoyó sobre el marco descascarado. - Ha... parece que va a llover... –
.................................................................................................................
Tomó el noventa y nueve en Avellaneda y Segurola. Recién comenzaba el recorrido así que estaba medio vacío. Ansioso como estaba se acomodó en el primer asiento.

Había estado lloviendo toda la semana. Como suele ocurrir en Buenos aires. Cuando se larga esa garúa finita no se sabe cuando va a parar. Era el primer día con sol.

A cualquier tipo observador le hubiera llamado la atención verlo con el saco puesto. El calor volvía a apretar y se notaba que, a medida que avanzara el día, la cosa pintaba para ponerse todavía más brava. El ni lo notaba. Debajo del saco se disimulaba el bulto de la 9 mm. El arma se le hundía en la cintura y le producía un cierto placer. Una sensación de sentirse superior a los ocasionales compañeros de viaje. Se acomodó en el asiento y dejó que su mirada se perdiera en el monótono paisaje de casas viejas y veredas amplias.

El colectivo se fue llenando a medida que avanzaba en su recorrido. Un tipo joven pero barrigón se colgó del pasamano y le frotaba la panza grasosa con cada bache – Ja... – pensó – La de cervezas que te habrás embuchado en esa barrigota – y se acomodó tratando de evitarlo.
Cerca de Parque Centenario subió una vieja. Llevaba varias bolsas en la mano y le costaba moverse. Habitualmente cuando eso ocurría se hacía el dormido pero hoy era otro día... el día... su día... Se levantó y galantemente le cedió su lugar. La anciana se dejó caer sobre el sitio vacío, acomodo los bultos y se quedó mirando hacia delante.

-                     ¡Que la parió... Ni gracias me dijo... –
-                      
El micro venia atestado y tuvo que empujar para abrirse camino hacia la parte posterior – La próxima vez – pensó – no le... pero que carajo... la próxima vez no voy a tener que viajar en bondi, con seguridad voy a tener mi propio auto...  ja... imaginate... mi propio auto...  seguro, me voy a comprar un... un... – y empezó a volar con la imaginación eligiendo marcas, colores. Hasta ensayó mentalmente los gestos que iba a hacer cuando pasara a un colectivo. Sonreía feliz mientras se bamboleaba prendido del pasamano.

-                     Permiso, jefe... con permiso... – el individuo corpulento arremetió aplastándolo contra el respaldo del asiento frente al que se hallaba parado. Fue como si hubiera despertado de golpe.
Con desesperación tanteó la cintura a la altura de los riñones – A ver si el hijo de su madre me afanó la pis... – El bulto duro, levemente disimulado bajo el saco lo tranquilizó. Decidió prestar más atención. Se agacho para mirar por donde iban y recién ahí se dio cuenta que prácticamente no avanzaban. Un tironcito y paraban. Unos metros y volvían a detenerse.  - Que lo parió – se dijo – Seguro otra manifestación -  Últimamente se habían dado una serie de protestas en la zona céntrica que, fundamentalmente, lo que conseguían, con toda seguridad, era volver aún más caótico el normalmente complicado tráfico.

Miró nuevamente por la ventanilla y alcanzó a leer: Avenida Pueyrredón. – Caminando seguro llego más rápido – pensó y trató de escurrirse hasta la puerta trasera. Como pudo apretó el pulsador y una chicharra estridente sonó cerca del conductor. Insistió y como si hubiera pronunciado las palabras mágicas la puerta se abrió con un movimiento brusco.

Se bajo sin esperar a que el vehículo se detuviera. De cualquier forma no lo hubiera hecho.
Siguió el envión y caminó por Viamornte en dirección al bajo.
Se acomodó el arma asegurándose de tenerla lista para el momento oportuno.
Faltaban apenas unas cuadras. La adrenalina empezaba a circular cada vez con más fuerza.

Los primeros gritos le llegaron mezclados con los bocinazos y los insultos de los conductores atascados en el caos callejero. Oyó un retumbar que crecía por momentos desenfrenadamente. Miró al cielo. – Truenos no pueden ser... no hay una nub... ¡La pucha son bombos!... ¿Y justo la vine a ligar yo? –

Antes de llegar a la esquina de Talcahuano el amontonamiento de gente se había hecho ostensible. Cuando se enfrentó con Tribunales se quedó parado, la boca semiabierta. Cerró con fuerza los ojos y luego los abrió sin poder entender lo que veía.

LIBERTAD A LOS PRESOS POLÍTICOS, LOS PRESOS TAMBIEN SON SERES HUMANOS, LIBERTAD A LOS DETENIDOS SIN  JUICIO, FAMILIARES EN LUCHA POR LOS DERECHOS DE LOS PRESOS  y el cartel más grande, el que cubría el lugar donde evidentemente había varios oradores: COMISIÓN DE LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS.

-                     A ese yo lo vi en la tele... Pérez no sé cuanto... ¿Y justo ahora se les ocurre a estos hijos de su madre ponerse a protestar? –
-                      
Una señorita le dio un volante que ni leyó. Con rabia lo abolló y lo arrojó sobre el cordón.
-                     No importa - se dijo – No hay mal que por bien no venga... En este despelote nadie va a fijarse en mí... Va a ser más fácil de lo que pensé –
-                      
Se zambulló entre el gentío y encaró hacia donde se leía en grandes letras rojas: FOTOCOPIAS. Gambeteó uno o dos curiosos y enfiló derechito y sin dudarlo. Con seguridad asió el pomo de la puerta y lo giró en un rápido movimiento. Los dedos se deslizaron sobre la superficie bronceada pero el picaporte no se movió ni un milímetro. Apoyó la mano en la puerta y trató de empujar. Nada. Con desesperación trató de abrir la maldita puerta y... CERRADO rezaba el cartelito colgado con una ventosa de plástico justo en el centro del vidrio, debajo de la palabra «certificaciones».

-                     N.. no puede ser... No puede ser... – Gritó casi al borde de un colapso – ¿Y ahora que.. que... que hago? –
Sintió que alguien le tironeaba del saco.

-                     Señor… señor... –
-                     ¿Q... que? –
-                     Si necesita hacer fotocopias, acá a tres cuadras va a conseguir sin problemas... Estos, con este desbole, seguro que no abren en todo el día –
Lo miró desorientado. El pibe le sonreía dejando entrever la falta de dos dientes... – Total para lo que puede llegar a comer con los que tiene le sobran – pensó.
-                     Gracias negrito, gracias... –
-                     ¿No tiene una moneda, Don? – y le extendió una mano.
-                      
Le iba a decir que no, pero lo pensó un segundo. Metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó dos monedas – Tomá negro, a vos te van a servir más que a mí –

Eran las únicas que tenía. Las había preparado para la vuelta, pero ya no importaba. Ya se iba a arreglar. Caminó como un autómata. En la entrada del subte se leía con claridad: TRIBUNALES.

           Se dirigió hacia la escalera y antes de desaparecer de la superficie se dio vuelta, miró hacia el viejo edificio, los carteles, la gente y abriendo los brazos casi formando una cruz exclamó:


-¡NO HAY DERECHO, CARAJO... NO HAY DERECHO! – 

LAS TRES PREGUNTAS

LAS TRES PREGUNTAS 

Revolvía con bronca su café y puteaba por lo bajo. Más específicamente me puteaba.
-       ¡Me cagaste la vida, viejo… me la cagaste! –
Yo le acababa de mostrar el “jueguito”, conocido por cierto, que consistía en tomar una regla, marcar el punto “0” como inicio de la vida, y tomando cada centímetro como décadas, poner el tope ente el “8” o el “9” (con suerte, lo máximo a alcanzar, entre 80 y 90 años). Aceptado esto como una representación gráfica de nuestro existir, la cosa consistía en correr el dedo del “0” hasta la edad actual del interlocutor, con lo que se ponía en evidencia el pequeño tramo que le quedaba por vivir.
Un humor negro, bien negro, pero no, por eso, menos realista.
Muchos no lo tomaban en cuenta, se reían o no, y rápidamente lo olvidaban y muchos otros, como mi amigo, entraban en pánico ante la evidencia matemática del escaso camino que les quedaba por recorrer.
-       ¡Me voy a morir!… ¡¿Te das cuenta de que me voy a morir?! –
-       ¿Y? –
-       ¡Que con tu estúpido jueguito, acabo de descubrir que me voy a morir! –
-       ¡Chocolate por la noticia! Todos nos vamos a morir… Nacemos, nos reproducimos y “aurrevoire”. –
-       Pero es… que… ¡Yo no quiero! –
-       Ja ¡Ahí la cagaste!
-       ¿Por qué la cagaste? No quiero morir. ¡No es lógico? –
-       No –
-       ¿Sos loco, vos? –
-       No querido, no… pensá en esto. ¿Vos querías nacer? –
-       ¿? –
-       ¿Vos pediste nacer o estabas ansioso por asomar tu cabezota al mundo desconocido que te esperaba? –
-       Y… No… En eso tenés razón –
-       Y bien… Así como no querés una cosa, y te obligan… tampoco querés la otra, pero te empujan… no tenés más remedio –
-       Pero ahora soy un adulto que piensa… ¡Que ha hecho su vida! –
-       ¿Y? –
-       Y… que es una vida que no quiero perder… No… quiero –
-       ¿Tanto tenés que no la querés dejar? –
-       Por supuesto –
-       ¿Qué? –
-       Mi familia… mi casa… mi coche… hasta mi perro… -
-       Mi, mi, mi. ¡Que increíble soberbia de posesión! – recapacité – Tu familia vaya uno a saber donde mierda está, cuando te toque… Tu casa, que ha cambiado de dueños infinidad de veces… ¿Sabés cuantas veces habrá querido, ella, que te mudaras para otro lado?...  ¿Tu auto?... bueno, ni hablemos… Dentro de unos años lo cambiás y listo, y ni te preocupás de lo que pase con el…. Si lo van a cuidar o lo van a hacer pelota en el desguase. –
-       ¿Y… mi… perro…? –
-       Mirá, mientras le den de comer…. Te va a extrañar un cachito, pero después de un tiempo… -
-       ¡Pero igual no quiero! –
-       No podés… Cuando te bajen la bandera se acabó todo… Y ¿Sabés qué?... En ese momento, con seguridad, te va a importar un pito lo que pase o deje de pasar, a tu alrededor… ¡A la mierda con la familia, el perro, el gato y la rep… –
-       Vos por que sos un escéptico… pero yo… ¡Que me voy a morir! ¿Te das cuenta? ¡Me voy a morir! –
-       Te prometo que te voy a llevar una flor. ¿Cuál te gusta? –
-       No jodás, boludo… ¿No te das cuenta que ahora mi vida ya no va a ser igual? – Casi gritaba – Cada momento, cada cosa, cada espacio que mire puede ser el último… y yo voy a estar más pendiente de eso que de disfrutarlo… - Prácticamente lloriqueaba - ¿Te das cuenta? –
Apareció de golpe. Tal vez no lo advertimos enfrascados en nuestra obtusa conversación.
Se posicionó frente a nuestra mesa y nos apuntó.
Todo su cuerpo temblaba, haciendo estremecer la 38 con la que nos encañonaba.
Lo vi ahí parado, con un arma que le quedaba grande. Lo miré con desprecio, hice como si no existiera y continué conversando.
-       ¡Dame todo lo que tengas – Gritó
-       ¿Qué cosa? –
Mi amigo abría los ojos desmesuradamente.
-       ¡Dame todo lo que tengas! – repitió, exasperado.
-       ¡Dejate de joder! – Y sin mirarlo agregué - ¿Haceme el favor? ¡Tomátelas! –
El tipo se desorientó por un instante.
-       ¡Mirá que te quemo! – gritó.
-       Te dije que no jodás – repetí calmadamente.
El pibe, al borde de la desesperación apunto a mi amigo.
-       ¡Vamos, dame el reloj o te “aujereo”! –
Mi amigo quería darle todo y que se fuera.
No soportaba la situación. Ni al chorro ni a mí.
Llevó la mano al bolsillo del saco tratando de sacar la billetera.
No sé… tal vez el movimiento resultó poco claro… tal vez el pibe estaba muy nervioso… o muy pasado…
Un sonido seco, como de destapar botellas y en la frente de mi amigo se dibujó una rosa roja.
Una hermosa rosa roja, que se fue destiñendo entre las cejas, mientras, mi amigo, caía de costado con los ojos muy abiertos.
El pibe se sorprendió.
Retrocedió.
Soltó el arma.
Y sin decir palabra salió a los tropezones por la puerta cercana.
Miré la escena aturdido.
Vi el cuerpo de mi amigo sin vida. La sangre que iba formando una aureola alrededor de su cabeza.
La gente recién comenzaba a reaccionar.
Me agaché.
Tomé el revolver y salí rápidamente por la misma puerta.
Miré hacia ambos lados.
La calle, dormida, indiferente, no mostraba indicios de la dirección que podría haber tomado.
Caminé sin rumbo y al azar miré en un callejón lateral.
Y ahí estaba.
Acurrucado contra la pared, temblando, ahí estaba.
Había vomitado.
Me paré enfrente suyo.
Mis pies casi tocaban los de él.
-       ¡No me mate, señor… No me mate! – Sollozaba – No quise… yo no quise… -
Me le quedé mirando un largo rato. En silencio. Luego le sonreí.
-       No te aflijas pibe – susurré – Vos debés ser un enviado del cielo –
Me miró sin entender.
Suave, muy suavemente, deposité el arma a su lado.
Le hice un ademán con la mano y me alejé caminando despaciosamente, entonando mentalmente una canción de Aznavour: “Paris, c´est finis…”.
-       Vos, pibe – exclamé en voz alta mientras me alejaba – me respondiste a las primeras preguntas… “El cuando”… “El como”… - Suspiré – Ahora me falta la otra… la más importante –
Me reí y un gato me miró, los ojos brillando en la oscuridad, la boca curvada como si sonriera haciéndose cómplice de mis pensamientos. Salió huyendo, rápidamente, entre unos botes de basura, sin escuchar el resto de mis elucubraciones.
-       Ahora falta la más importante, ¿Eh? La más importante. ¿Quién es el hijo de puta que marca el comienzo y el final de la regla? –
Y el silencio, que se entremezclaba con las sombras, pareció repetir, como un eco que se burlaba de mi ignorancia.
“¿Quién?, ¿Quién?, ¿Quién?.

Alberto Osvaldo Colonna