DERECHOS HUMANOS
Alberto O. Colonna/09
La
filosa hoja del cuchillo se clavó hasta llegar al corazón y lo recorrió de
arriba hacia abajo. Repitió la maniobra y con un movimiento similar lo enterró
casi hasta el mango de forma tal que con una leve presión completó el enorme
tajo. Luego, con la misma punta, extrajo el pedazo de sandía y meticulosamente
se dedicó a quitarle las semillas más evidentes.
-
Está
buena – pensó – bien coloradita y chorreando – y largó una carcajada festejando
su propio chiste.
-
Estaba solo. Era la hora de la siesta. El
calor parecía ocupar cada espacio intentando impedir la respiración. Las únicas
que sin lugar a dudas no se habían enterado eran dos moscas que revoloteaban
zumbando, más que nada atraídas por la sandía recién abierta.
Se distrajo por un instante siguiendo sus
evoluciones. De un color azul verdoso, subían y bajaban con movimientos
nerviosos, se posaban, caminaban un pequeño trecho y nuevamente a volar. Las
dejó que se posaran sobre los restos de cáscaras que había ido dejando a su
lado, las miró juguetear un instante, y de un solo manotazo las aplastó a las
dos.}
-
¡Que
las parió! – Y sonrió con satisfacción.
-
Se metió en la casilla. La chapa
recalentada por el sol parecía multiplicar la temperatura. Fue directamente hacia
una pequeña mesita semioculta en el rincón derecho. Tanteó debajo de ella y la
cara se le iluminó cuando su mano chocó con un bulto que, cuidadosamente,
despegó, para colocarlo sobre sus piernas.
La transpiración corría sobre su
frente... pero no la sentía.
El sol que entraba por uno de los
agujeros de la chapa iluminó, como un reflector, la 9 mm. El reflejo le lastimó
los ojos. La tomó casi con devoción. – Ahora si... – exclamó – ahora
siiiii... –
El plan era perfecto. No podía fallar. No
en vano siempre había sido reconocido como el más despierto de todos. En el
colegio los maestros le auguraban siempre un gran porvenir... Ja... Un gran
porvenir.
Se sentó sobre el piso de tierra, justo
en el centro de la habitación... Las imágenes se le agolparon como en una
película.
Había salido a buscar trabajo... pucha si
había salido...
Uno, dos... cientos de sitios, fábricas,
negocios... En todos lados había sido igual. «Ahora no, volvé otro día, no hay
vacantes, ya lo vamos a llamar...» y nada... nada... nada... En el último lugar
en donde hizo el intento descubrió la verdad. Sin querer, por pura casualidad
escuchó el diálogo entre el Jefe de personal y un Capataz:
-
El
pibe podría servir, parece piola –
-
Si...
pero no... –
-
¿Por?
–
-
¿No
te diste cuenta? Si se le nota a la legua. Es un villero y vos lo sabés muy
bien... nunca confíes en un villero –
-
Ahá...
en eso tenés razón –
-
De pronto comprendió lo ocurrido, todo
comenzó a tener sentido.
–
Ud.
va a llegar muy lejos, Diéguez, siga aplicándose que va muy bien –
Lo que no habían sabido ver era que
llevaba tatuado en la frente, como para que todos lo vieran, la palabra
villero... Como un eco rebotó en su cerebro provocándole un dolor que aun hoy
no podría describir; VILLERO-VILLERO-VI-LLE-RO-VILLEROVILLEROVILLEROOOOOO.
Pero ahora todo iba a ser distinto. Apretó
con fuerza la culata y supo que las cosas habrían de cambiar.
Lo había estudiado con detenimiento.
Detalle por detalle. La cosa era tan fácil que solamente un tonto podía fallar:
El primer paso fue elegir el sitio. Pegadito a Tribunales. ¿Quién va a imaginar
que pueda ocurrir algo así justo en ese sitio? A nadie. Y... ¡Bingo! No hay vigilancia... Vía libre para papito.
Lo siguiente seleccionar a la víctima: «Fotocopias,
legalizaciones, etc. etc.». El cartel anunciaba que allí se laburaba en forma.
Cantidad de expedientes, contratos y firmas pasaban permanentemente por ahí y
dejaban guita... mucha guita...
Y lo más interesante: los que estaban a cargo del negocio eran dos
jovatos que no podían con su alma. En cuanto vieran la nueve milímetros
entregaban hasta los calzoncillos... seguro. Ya lo había pensado, los encerraba
en el baño y como quien no quiere la cosa salía tranquilamente derechito hacia
el subte. En cuanto se pudiera meter entre toda la gente no lo iban a
identificar ni que fueran brujos.
Volvió a apretar el arma como tomando impulso. Afuera el sol se había
ocultado detrás de unas nubes que presagiaban una de esas tormentas de verano.
De pronto todo había tomado un tono gris oscuro. En algunas casillas habían
comenzado a encender las luces.
Colocó la pistola de nuevo en su sitio. Se asomó a la puerta. Miró hacia
el cielo y se apoyó sobre el marco descascarado. - Ha... parece que va a
llover... –
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Tomó el noventa y nueve en Avellaneda y
Segurola. Recién comenzaba el recorrido así que estaba medio vacío. Ansioso
como estaba se acomodó en el primer asiento.
Había estado lloviendo toda la semana.
Como suele ocurrir en Buenos aires. Cuando se larga esa garúa finita no se sabe
cuando va a parar. Era el primer día con sol.
A cualquier tipo observador le hubiera
llamado la atención verlo con el saco puesto. El calor volvía a apretar y se
notaba que, a medida que avanzara el día, la cosa pintaba para ponerse todavía
más brava. El ni lo notaba. Debajo del saco se disimulaba el bulto de la 9 mm. El arma se le hundía en
la cintura y le producía un cierto placer. Una sensación de sentirse superior a
los ocasionales compañeros de viaje. Se acomodó en el asiento y dejó que su
mirada se perdiera en el monótono paisaje de casas viejas y veredas amplias.
El colectivo se fue llenando a medida que
avanzaba en su recorrido. Un tipo joven pero barrigón se colgó del pasamano y
le frotaba la panza grasosa con cada bache – Ja... – pensó – La de cervezas que
te habrás embuchado en esa barrigota – y se acomodó tratando de evitarlo.
Cerca de Parque Centenario subió una
vieja. Llevaba varias bolsas en la mano y le costaba moverse. Habitualmente
cuando eso ocurría se hacía el dormido pero hoy era otro día... el día... su
día... Se levantó y galantemente le cedió su lugar. La anciana se dejó caer
sobre el sitio vacío, acomodo los bultos y se quedó mirando hacia delante.
-
¡Que
la parió... Ni gracias me dijo... –
-
El micro venia atestado y tuvo que
empujar para abrirse camino hacia la parte posterior – La próxima vez – pensó –
no le... pero que carajo... la próxima vez no voy a tener que viajar en bondi,
con seguridad voy a tener mi propio auto...
ja... imaginate... mi propio auto...
seguro, me voy a comprar un... un... – y empezó a volar con la
imaginación eligiendo marcas, colores. Hasta ensayó mentalmente los gestos que
iba a hacer cuando pasara a un colectivo. Sonreía feliz mientras se bamboleaba
prendido del pasamano.
-
Permiso,
jefe... con permiso... – el individuo corpulento arremetió aplastándolo contra
el respaldo del asiento frente al que se hallaba parado. Fue como si hubiera
despertado de golpe.
Con desesperación tanteó la cintura a la
altura de los riñones – A ver si el hijo de su madre me afanó la pis... – El
bulto duro, levemente disimulado bajo el saco lo tranquilizó. Decidió prestar
más atención. Se agacho para mirar por donde iban y recién ahí se dio cuenta
que prácticamente no avanzaban. Un tironcito y paraban. Unos metros y volvían a
detenerse. - Que lo parió – se dijo –
Seguro otra manifestación - Últimamente
se habían dado una serie de protestas en la zona céntrica que, fundamentalmente,
lo que conseguían, con toda seguridad, era volver aún más caótico el
normalmente complicado tráfico.
Miró nuevamente por la ventanilla y
alcanzó a leer: Avenida Pueyrredón. – Caminando seguro llego más rápido – pensó
y trató de escurrirse hasta la puerta trasera. Como pudo apretó el pulsador y
una chicharra estridente sonó cerca del conductor. Insistió y como si hubiera
pronunciado las palabras mágicas la puerta se abrió con un movimiento brusco.
Se bajo sin esperar a que el vehículo se
detuviera. De cualquier forma no lo hubiera hecho.
Siguió el envión y caminó por Viamornte
en dirección al bajo.
Se acomodó el arma asegurándose de
tenerla lista para el momento oportuno.
Faltaban apenas unas cuadras. La
adrenalina empezaba a circular cada vez con más fuerza.
Los primeros gritos le llegaron mezclados
con los bocinazos y los insultos de los conductores atascados en el caos
callejero. Oyó un retumbar que crecía por momentos desenfrenadamente. Miró al
cielo. – Truenos no pueden ser... no hay una nub... ¡La pucha son bombos!... ¿Y
justo la vine a ligar yo? –
Antes de llegar a la esquina de
Talcahuano el amontonamiento de gente se había hecho ostensible. Cuando se
enfrentó con Tribunales se quedó parado, la boca semiabierta. Cerró con fuerza
los ojos y luego los abrió sin poder entender lo que veía.
LIBERTAD A LOS PRESOS POLÍTICOS, LOS
PRESOS TAMBIEN SON SERES HUMANOS, LIBERTAD A LOS DETENIDOS SIN JUICIO, FAMILIARES EN LUCHA POR LOS DERECHOS
DE LOS PRESOS y el cartel más grande, el
que cubría el lugar donde evidentemente había varios oradores: COMISIÓN DE
LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS.
-
A
ese yo lo vi en la tele... Pérez no sé cuanto... ¿Y justo ahora se les ocurre a
estos hijos de su madre ponerse a protestar? –
-
Una señorita le dio un volante que ni leyó.
Con rabia lo abolló y lo arrojó sobre el cordón.
-
No
importa - se dijo – No hay mal que por bien no venga... En este despelote nadie
va a fijarse en mí... Va a ser más fácil de lo que pensé –
-
Se zambulló entre el gentío y encaró
hacia donde se leía en grandes letras rojas: FOTOCOPIAS. Gambeteó uno o dos
curiosos y enfiló derechito y sin dudarlo. Con seguridad asió el pomo de la
puerta y lo giró en un rápido movimiento. Los dedos se deslizaron sobre la
superficie bronceada pero el picaporte no se movió ni un milímetro. Apoyó la
mano en la puerta y trató de empujar. Nada. Con desesperación trató de abrir la
maldita puerta y... CERRADO rezaba el cartelito colgado con una ventosa de
plástico justo en el centro del vidrio, debajo de la palabra «certificaciones».
-
N..
no puede ser... No puede ser... – Gritó casi al borde de un colapso – ¿Y ahora
que.. que... que hago? –
Sintió que alguien le tironeaba del saco.
-
Señor…
señor... –
-
¿Q...
que? –
-
Si
necesita hacer fotocopias, acá a tres cuadras va a conseguir sin problemas...
Estos, con este desbole, seguro que no abren en todo el día –
Lo miró desorientado. El pibe le sonreía
dejando entrever la falta de dos dientes... – Total para lo que puede llegar a
comer con los que tiene le sobran – pensó.
-
Gracias
negrito, gracias... –
-
¿No
tiene una moneda, Don? – y le extendió una mano.
-
Le iba a decir que no, pero lo pensó un
segundo. Metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó dos monedas –
Tomá negro, a vos te van a servir más que a mí –
Eran las únicas que tenía. Las había
preparado para la vuelta, pero ya no importaba. Ya se iba a arreglar. Caminó
como un autómata. En la entrada del subte se leía con claridad: TRIBUNALES.
Se
dirigió hacia la escalera y antes de desaparecer de la superficie se dio
vuelta, miró hacia el viejo edificio, los carteles, la gente y abriendo los
brazos casi formando una cruz exclamó:
-¡NO HAY DERECHO, CARAJO... NO HAY
DERECHO! –