EL ORIGEN
ALBERTO O. COLONNA
MAYO DE 1997
Hay una teoría científica que establece
que nuestro mundo se originó en una gran explosión que se ha dado a llamar “Big
Bang”. Esa misma teoría establece que todos los componentes de este universo
están en movimiento debido a la simple inercia. Cuando esta fuerza acabe y todo
se detenga se habría de producir una fuerza negativa que llevaría
irremisiblemente a una implosíón y todos y cada uno de los planetas, estrellas
y demas componentes volverían hacia su origen para desaparecer, quedando la
nada como único habitante de un espacio que no alcanzo a comprender como sería.
Todo esto hasta que una nueva y poderosa explosión (un nuevo big bang)
reiniciaría el juego. Un absurdo juego de idas y venidas, en medio del cual se
dará la vida y la muerte, el poder y la esclavitud, la felicidad y la
desolación.
Es en esta teoría que se basa esta
historia…
Que cada uno saque su conclusión…
La teoría también la creó un ser que no
puede escapar de este juego sin sentido.
EL ORIGEN
1.- La Gran Explosión
Primero fue lo primero.
Ocupando la totalidad de
la nada. Abarcando cada hueco microscópico de la molécula más remota estaba el
Origen.
Y allí coexistían,
bullentes, el Bien y el Mal.
En algún momento del
tiempo, que él también representaba, se produjo la escisión, y (como lo ha sido
desde entonces) ésta fue violenta.
Absurda y violenta.
Una vibración comenzó a
gestarse desde lo más profundo. Fue creciendo irremisiblemente. Protuyó
ahuecando la superficie como un líquido denso próximo al hervor y ...
finalmente ocurrió: LA
GRAN EXPLOSIÓN.
La totalidad de la nada
se esparció con vehemencia oprimiéndolo todo. Quizás el horroroso sonido (el
craqueo lúgubre premonitorio y el estallido final) fuera lo suficientemente
gráfico como para recrear la violencia desatada... Pero no había nadie para
oírlo.
Como una oleada rumorosa,
el Bien, se expandió y fue posesivamente
ocupando hasta el más recóndito recoveco... Y el Mal también.
De a dos desde el
principio... cómo en el principio... pero divididos... con identidad propia...
Ocupando exactamente el mismo espacio... pero de a dos... total, definitiva y
absolutamente de a dos.
II - La creación
Primero fue lo primero.
El Bien quería crear.
El Mal acechaba.
Había que crear la base,
es decir, el suelo en donde plantar la simiente. Con una parte de sí amasó una
bola gigantesca, y le imprimió un movimiento de rotación. Luego la empujó
suavemente para que se trasladara alrededor de algún centro que él mismo habría
de crear más adelante.
El Mal esperaba, ansioso
pero inmutable.
Él sabía que su momento
habría de llegar y mientras tanto tomó una pequeña parte de su yo y la amasó
concienzudamente.
Y ese momento no se
demoró demasiado. La velocidad con que actuó fue digna de él, y el segundo de distracción del Bien fue
suficiente para que pudiese introducir en la bola que mansamente se deslizaba
por la nada, su creación. La colocó justo en el centro.
El Bien no comprendió
cuando su mundo, en ese mundo que acababa de crear, de pronto aparecieron
desniveles que crecieron más y más, hasta que por alguno de ellos, en forma de estallido feroz, se
produjo la salida de un fluido hirviente que fue calcinando todo lo que
encontraba en su camino, escupiendo rocas incandescentes y nubes de humo
espeso. En las profundidades las cortezas concéntricas que se habían
constituido a partir de la masa del Bien comenzaron a chocar entre si, y la
conmoción se transmitió hacia la superficie resquebrajándose la tierra o
provocando intensos temblores que se repetían empecinadamente.
El Bien no comprendió
pero imaginó que el Mal tenía algo que ver con lo ocurrido.
“No importa” pensó y
decidió continuar.
Con el aspecto de bola pelada,
y ahora con protruciones asimétricas, no resultaba realmente atrayente, decidió
darle un toque de color, algo que la hiciese más alegre, y creó, entonces, la
vegetación. Desde la brizna más tierna hasta el poderoso bahobab. Le llevó
bastante tiempo diseñar cada una de las especies que habrían de abarcar la
superficie de todo el planeta. El equilibrio fue perfecto.
“Ahora si” se
enorgulleció, “el planeta verde”. El trabajo había sido largo y agotador pero
valía la pena.
Sólo una fracción de
segundo, el mínimo instante en que el Bien se detuvo a contemplar lo hermoso
que lucía su creación, le bastó al Mal para sembrar la mala semilla.
Cuando el Bien suspiraba
satisfecho vio con espanto como enredaderas poderosas envolvían y ahogaban a
los árboles más pequeños ; como yuyos de aspecto desagradable reemplazaban
al aterciopelado césped. En algunos lugares la vegetación llegó a desaparecer
dando lugar a vastos desiertos.
“No importa” repitió el
Bien, y elaboró el paso siguiente.
“Agua... aquí hace falta
agua... arroyos cristalinos, lagos transparentes, océanos tumultuosos que
complementen el paisaje”. Delicada, amorosamente, fue trazando uno por uno los
recorridos, los cauces, los lechos. Separó cuidadosamente porciones de tierra y
cavó un fondo para albergar los futuros mares. Hecho esto los fue llenando
progresivamente con un agua cantarina, azulada, producto de su masa más
profunda.
El Mal esperaba.
No había terminado, el
Bien, de llenar el último de los lechos cuidadosamente trazados, cuando las
aguas del océano comenzaron a encresparse. Primero fueron pequeñas olas que
batían la orilla con cierto estrépito, pero luego crecieron hasta transformarse
en verdaderos gigantes líquidos que arrasaban con lo que tenían a su paso.
Luchaba el Bien por calmar las aguas cuando los tranquilos arroyuelos
comenzaron a aumentar su caudal y los caudalosos ríos a desbordarse invadiendo
el verde que los rodeaba, menoscabando el suelo sobre las raíces hasta arrancar
los árboles de cuajo.
El bien se sintió desalentado,
no podía entender lo ocurrido. El Mal contemplaba con satisfacción el efecto
causado por apenas una gota de su materia dejada caer furtivamente en el
nacimiento de un pequeño hilito de agua.
"Esta vez será
distinto", se dijo el Bien, "debo haberme descuidado y en algún
momento el Mal lo aprovechó... a partir de ahora estaré más concentrado".
Miró el verde, contempló
el agua y razonó "le falta movimiento", y entonces creó la brisa. Un
aliento suave que hamacaba las ramas de los abedules, canturreaba entre los
álamos, rizaba el césped de la campiña, ondulando, dulcemente, el espejo
cristalino de las aguas.
"Nada más
fácil" exclamó el Mal y casi de inmediato la brisa se volvió viento y el
viento tempestad y la tempestad fue formando torbellinos que giraban cada vez
con más y más fuerza. Los álamos aullaban lúgubremente y las ramas tiernas de
los árboles se abatían ante tan monstruosa demostración.
El Bien siempre triunfa,
En algún lugar lo había escuchado. Por eso, y solo por eso, por la esperanza de
un triunfo final, el Bien, decidió continuar a pesar de todo.
Esta vez habría... tenía
que ser distinto. Le tocaba el turno a los animales. El plan fue perfecto. Creó
los insectos. Bellos, como las orugas, que se transformaría en mariposas
multicolores. Las arañas, tejedoras de telas que no podría crear ni el más
hábil artesano. Las Vaquitas de San Antonio, con su traje rojo y negro,
brillante, los Bichos Bolita... y siguió, siguió y siguió. Luego le tocó el
turno a los animales más grandes. Comenzó por los que habitarían las selvas o
los montes y terminó formando a los futuros habitantes de las ciudades. Estaba
cansado pero satisfecho. Esta vez sí que el Mal no podría con tantas cosas
juntas.
Y era cierto. El trabajo
fue mucho mayor y el Mal terminó realmente cansado. Sistemáticamente,
matemáticamente, por cada creación del bien, él se había encargado de conformar
la contrapartida. Creó los mosquitos, transmisores de enfermedades. Las
hormigas, devoradoras sin límites de los tallos más tiernos de las plantas en
crecimiento, desbastadoras despiadadas y sin sentido. Creó las pulgas, las
chinches, los piojos... y siguió, siguió y siguió. Con el resto de los animales
fue algo más fácil, simplemente les colocó una pizca de instinto que los hizo
pelear por su comida o por su pareja hasta vencer o morir. Les dio el
salvajismo y la agresividad que los obligó a permanecer en el monte, aislados,
sin alternativas. Les dio la ponzoña a los animales más pequeños, la voracidad
asesina a los más grandes... Al llegar a los animales domésticos no debió
pensar demasiado, le dio la estupidez al perro y al ruindad al gato, y con eso
ya bastaba.
III - La gran creación
Estaba el Bien
descansando bajo un frondoso árbol contemplando y disfrutando de su propia creación
cuando vio a un pequeño gatito que se movía sigilosamente, semi encogido, entre
los altos pastos que verdeaban en la campiña. Lo miró satisfecho... '¡Qué bien
hecho que está!" pensó. "La agilidad perfecta, la visión adecuada,
las uñas afiladas..." Algo le sonó mal, casi como un presentimiento, pero
no quiso elaborarlo... es más, no tuvo tiempo... el gato, con un salto
matemático, casi acrobático, cayó sorpresivamente sobre un tan frágil como
distraído pájaro que trinaba sobre la rama baja de un ciruelo. Tres segundos
bastaron para que de un certero zarpazo la cabeza del desgraciado cantor cayese
de lado. La sangre se mezcló con el rojo de los frutos que brillaban sobre la
rama en que estaba parado. Así, apenas consumada su obra, el gatito dio media vuelta,
y sigilosamente se deslizó entre los pastizales que verdeaban en la campiña en
busca de algún otro cantor desprevenido.
Entonces el Bien, sin
decir palabra, se dedicó a recorrer, uno por uno, lo que había ido creando con
tanto esmero, creído de que tanta virtud no podía pervertirse. Y pudo ver a los
perros peleando entre ellos por el mero afán de pelear. A la araña que
construía su hermosa tela para atrapar a otros insectos como ella. A las ratas
mordiendo con saña a algún animal caído y por fin vio lo peor... a los virus, a
las bacterias, a los parásitos... invasores y destructivos... transportados y
alimentados por seres que habían sido creados con otra intención.
Por primera vez tuvo
ganas de llorar... tenía la sensación de haber sido derrotado... Nunca podría
lleg... "¡No!" gritó, "¡NOOOOOOOOOO!", lo hizo con tanta
vehemencia que hasta el propio Mal. regocijado por el resultado de sus
manipulaciones, sintió algo de temor. "¿Habré exagerado?" caviló.
"Creo que debo ir con más cuidado" y se dispuso a esperar casi con
ansiedad.
Esta vez el Bien había
decidido no apresurarse. Su creación debía ser tan perfecta que no permitiese
la entrada del Mal. Penso, repensó... se tomó tanto tiempo para decidir que
camino seguir, que el Mal llegó a creer que se había rendido. Pero no...
Resurgió radiante... Seguro... Determinado... Ya sabía como conseguir lo que se
había propuesto.
Y fue así que creó al
hombre.
Tardó... seguramente que
tardó... se tomó todo su tiempo para realizar un trabajo que superara a todo lo
anteriormente creado. Múltiples machos y hembras, a cual más bello. El animal más perfecto.
Erguido. De piel tersa, suave, más suave que el más sedoso pelaje hasta ahora
existente. Ágil. Hábil. De manos finas y dedos delgados capaces de dar forma a
las estructuras más delicadas, de tomar una flor con la sutileza de un insecto
que apenas las roza, pero fuertes como para realizar las tareas más duras.
Capaces de mover los obstáculos más pesados con la potencia de un búfalo o con
la fuerza de un elefante. Armó una hembra armónica.
De caderas torneadas y pechos cimbreantes, con el óvalo de una
cara perfecta enmarcado en cabellos que se ondulaban con la gracia de las olas
del mar, que se mecían con las brisas de la mañana y se
arrebolaban con las luces del atardecer.
Les dio todo eso y mucho
más... creó y armó y modificó y volvió a formar hasta sentirse satisfecho...
Los distribuyó por el mundo, por ese mundo que había querido tan perfecto como
lo que acababa de hacer, pero que le había sido arrebatado de las manos... Esta
vez no ocurriría... Esta vez guardaba un as en la manga... Esta vez sería
distinto.
El Mal casi se
sorprendió. "Esperaba algo más" exclamó. "Un desafío a mi
capacidad destructiva... Esto es... es... pueril" suspiró en voz alta.
Casi con indolencia se
dedicó, uno por uno, hombre por hombre, mujer por mujer a contaminarlos con su
esencia. Supuso que la intención del Bien era lograr confundirlo y que alguno
se le escapase a su maléfico control, y entonces prestó más atención. Pero él
sabía perfectamente bien que su presencia ocupaba la totalidad, que nada podía
pasarle inadvertido, que no había escondrijo posible para evitar al mal.
Con minuciosidad fue
tocando a cada uno de los nuevos seres y, casi como por encantamiento, todos
ellos, sin excepción, fueron adoptando una actitud y morfología simiesca. su
piel se fue cubriendo de un pelo áspero, abundante. Sus brazos se alargaron, su
cabeza se empequeñeció. Se curvó hacia adelante y adquirió un andar
bamboleante, con sus miembros superiores colgando y los inferiores flexionados,
como quien va a sentarse. Tanto machos como hembras. Todos por igual.
Terminó su obra el Mal y
satisfecho quiso ver la desesperación del Bien al comprobar que nuevamente
había sido arruinada su obra. Cuál no sería su sorpresa al descubrir que éste
permanecía impasible.
Al principio pensó que el
Bien no se había percatado de lo sucedido, pero en cuanto transcurrió el tiempo
suficiente, el cambio era tan evidente que no podía dejar de tenerlo en cuenta.
Entonces supuso que estaba fingiendo, que hacía como que no le importaba, pero
esperó y esperó y no pudo vislumbrar ni el más mínimo signo de que algo lo
preocupara. Se le ocurrió que estaba maquinando el próximo paso y se dispuso
para estar a la expectativa. Pero el tiempo pasaba y ni la más leve señal de
actividad o de intención de iniciar algo. El Mal comenzó a sentirse inquieto.
Algo no funcionaba bien. Había estropeado, complicado, contaminado todo lo
creado y parecía que al Bien no le importaba. Y eso no podía ser... el sabía
que no podía ser...
Finalmente ya no lo
toleró más, al borde de la angustia, resignó su soberbia triunfalista y decidió
preguntarle, al Bien, que sucedía.
“Esta vez hice algo
distinto... En cierta manera aprendí de tus manejos, por algo somos la misma
sustancia, y simplemente te hecho caer en la trampa”. El Mal escuchaba azorado
“¿En la trampa ?... ¿Qué trampa puede haber en un estúpido anim...” y al
decir esta última frase, como quien abre una ventana, vio claramente lo
sucedido. El Bien no le dio tiempo, disfrutaba de su triunfo. “Yo sabía que si
construía a alguien hermoso creerías que eso era lo más importante y te
dedicarías sistemáticamente a afearlo. Eso es fácil para vos... Pero en
realidad no era más que la fachada. A este nuevo animal le agregué ciertas
propiedades que sólo necesitaban del tiempo para desarrollarse... de ese tiempo
que perdiste trabajando sobre lo superficial sin darte cuenta que lo importante
estaba adentro”.
El Mal casi no lo
escuchaba. Como quien enciende una luz de pronto todo se le presentaba
absolutamente claro. El, el mayor poder, lo absoluto de la maldad, había sido
víctima de una estratagema casi infantil. Trataba de pensar como corregir
tamaño descuido... El Bien no le daba tiempo... Hacía tanto que no disfrutaba
de algo así, que la sensación de venganza, propia de su otro yo, patrimonio del
Mal, se le incorporaba como si fuera un componente normal de la justicia. “He
armado un animal distinto” repetía, “tiene algo que no podrás modificar... lo
he dotado de inteligencia... puede pensar... pero no sólo eso, además le he
insertado el concepto del bien y del mal... puede distinguir entre el uno y el
otro... con lo que no podrás engañarlo... siempre vas a ser rechazado...” Y
agregó “el aspecto físico se irá modificando con la evolución, su desarrollo
intelectual le irá dando cada vez más necesidades y como consecuencia más
logros, y su estructura exterior se irá modificando de acuerdo a esas
necesidades... Ya ves, tu trabajo ha siso en vano porque mi creación lleva en
si misma la capacidad de revertir cualquier situación”... El Bien lo expresó
todo de una sola vez, como si hubiera estado esperando ese momento y hubiese
tenido preparado el discurso.
El mal se desesperó... No
podía ser... Algo, de alguna manera tenía que poder estropear tamaña
demostración de astucia e inteligencia.
Era cierto, a medida que
transcurría el tiempo el hombre se modificaba, iba mutando, volviendo
lentamente a su estado original. Intentó con pestes, con alteraciones del
medio, con variaciones genéticas... pero los resultados eran pequeños,
parciales... la gran mayoría de la raza humana era cada vez más perfecta.
Lo intentó por el lado de
su mente. Procuró el convencimiento, la tentación... Nada, todo fue en vano...
El concepto del bien estaba tan arraigado, tan claro en el criterio del hombre
que sólo conseguía éxitos transitorios, pero prontamente todo se revertía y se
encausaba por los carriles planificados por su creador.
Esta vez sí. Se sintió
derrotado. El Bien había creado una estructura a prueba de fallas. El hombre
pensaba y por el único hecho de pensar elegía al Bien. Un plan trazado con la
perfección de lo simple.
Aunque ocupaba todos los
espacios se sintió infinitamente pequeño. El Bien reinaba. El Bien había
conseguido ser el todo absoluto. El Bien... Su estructura molecular más íntima
se iluminó... allí estaba la falla... Por algo el origen de ambos, del Bien y
del Mal, había sido el mismo. El plan trazado por el Bien tenía algo que él conocía
muy bien... es más, que, en realidad, era propio del Mal y no de su creador...
¡Tenía el pecado de la soberbia!... Todo se basaba en el Bien, la única meta
era el Bien, el concepto absoluto era el Bien... Ese era el sitio por donde se
podía abrir una puerta.
Nada más parecido que a
una jugada de ajedrez. Justo cuando parece que estamos frente al jaque mate,
surge la idea distinta, el movimiento impensado que cambia el rumbo de la
partida.
Se tomó su tiempo. Los
tiempos del Mal siempre son exageradamente cortos. Pero para él fue largo, muy
largo. Analizó todos los detalles con cuidado. Observó minuciosamente y en
cuanto tuvo la respuesta actuó con la velocidad de un rayo... Veloz y mortífero
como el rayo (no en vano había sido su creación).
Las respuestas geniales
también son simples. ¿Cómo no se me ocurrió? Y es así, está delante de tus
narices y siempre buscás lo más complicado, lo menos probable.
La cosa fue sencilla:
¡Inventó las religiones!
El razonamiento era
lógico... si lo más importante es el Bien, si lo único importante es el Bien...
pues hagamos que peleen y discutan por el Bien...
El resultado fue
espectacular.
El hombre, capaz de
pensar, autorizado para razonar, comenzó a hacerse preguntas. ¿De donde
venía?... ¿Quién lo había creado?... ¿Quién era ese Bien que lo ocupaba
todo?... ¿Cómo era ese Bien?...
Y cada uno dio su
respuesta... por algo el Bien lo había hecho inteligente, pensante.
Y cada uno hizo su propia
interpretación del Bien y le dio un nombre diferente.
Lo imaginó a su imagen y
semejanza e instituyó premios y penitencias (cielo e infierno).
Y cada uno aseguró que
tenía razón.
Y cada uno determinó que
la suya era la única verdad... y trató de convencer al otro... Primero con la
palabra, pero luego por la fuerza.
Y el nombre del Bien fue
cambiando de acuerdo al poder de quien lo hubiese establecido. Y el poder se
basó en la fuerza, en la política, en la economía.
No conforme con esto, el
Mal, cada tanto mandaba a verdaderos emisarios que en nombre del Bien
establecían doctrinas, que unos seguían fanáticamente y otros rechazaban con
obstinación. Muchos de ellos fueron sacrificados, torturados, crucificados...
Se convirtieron en líderes y dividieron aún más a toda la humanidad.
El Bien luchaba por
compensar lo ocurrido pero la marea humana corría desbocada. Él les había dado
la capacidad de pensar y eso había sido su propia perdición.
Finalmente comprendió que
cualquier esfuerzo sería inútil.
IV - El reencuentro
Durante un cierto tiempo,
el Bien y el Mal, fueron moviendo las piezas tratando de conseguir sus
propósitos.
Uno luchaba por arreglar,
pacificar, construir... el otro bregaba por destruir, producir guerras,
hambrunas, catástrofes, desolación...
El juego parecía
inacabable y los dos comenzaron a sentirse cansados. Al principio fue sólo una
sensación, pero luego ésta fue creciendo hasta transformarse en una necesidad.
Era el tiempo de descansar.
Como siempre lo fue,
desde el inicio, la decisión fue de a dos, simultánea. Sin mediar palabra, ni
siquiera un gesto, el Bien y el Mal detuvieron el antiguo juego.
Una especie de alivio los
invadió a los dos... “Por fin...” el Bien pensó “Tal vez sea el final”, y el
Mal se dijo “Retomemos fuerzas, ya habrá tiempo para recomenzar”...
Desde la totalidad del universo ambos
contemplaron pacíficamente su creación...
El horror invadió y se
diseminó por cada una de sus moléculas... Allí, en esa bola deforme e
insignificante, que giraba tontamente por un espacio infinito, poblada de plantas
frondosas y raíces rastreras, por animales destructores y bellos especímenes
corriendo por sus praderas... el hombre... la máxima creación... el ejemplo de
la perfección... continuaba construyendo y destruyendo, guerreando y
pacificando, amando y odiando... Prescindiendo total y absolutamente de
ellos... Sin necesidad de que ni el Bien o el Mal los empujara...
Comprendió, entonces, el
Bien cuán grande había sido su fracaso.
El Mal, por primera vez,
sintió algo parecido al remordimiento.
Casi al unísono pensaron
en que quizás se habían apresurado. Con seguridad no estaban lo suficientemente
preparados... totalmente maduros para separarse del Gran Originador. Tal vez
sería prudente volver a su seno... A lo mejor con más tiempo...
No se detuvieron para
hacer ningún otro análisis... no valía la pena... Uno a uno, átomo por átomo se
fueron uniendo... de a dos, siempre de a dos, hasta conformar uno solo, que
desapareció súbitamente en el seno de lo intangible.
V - El final
Algo pasó... Cuando el
Bien y el Mal desaparecieron como tales, fue como si el hombre no entendiera su
existencia. Siguió haciendo sus cosas... levantando y derribando...
construyendo y destruyendo... ayudando y perjudicando... pero le faltaba el
alma... no había motivación... Cualquier actitud se volvió absurda, carente de
sentido.
Lenta y progresivamente
dejó de construir, dejó de luchar, dejó de procrearse. Una abulia total se
apoderó de la raza humana e irremisiblemente fue desapareciendo hasta terminar
por extinguirse.
Las plantas, los
animales, hasta el agua cantarina, sin un ser humano que los amase u odiase,
dejaron de tener sentido y también se fueron agotando en si mismas hasta no
quedar un rastro de ellos sobre el planeta.
Una masa globosa,
imperfecta, que giraba y giraba absurdamente tampoco tenía sentido... Se fue
enfriando, se fue achicando, se fue desgastando y desapareció.
Y junto con él
desaparecieron el resto de los planetas acompañantes... y las estrellas... y
los cometas... y todo lo que quedaba como recuerdo de un intento fallido.
VI - Epílogo
Todo quedó en silencio.
Ocupando la totalidad de
la nada. Abarcando cada hueco microscópico de la molécula más remota, estaba el
Origen.
De tanto en tanto un
craqueo sordo, proveniente de las profundidades, rompía el equilibrio perfecto
de lo ignoto...
Pero sólo de tanto en
tanto...
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