«LA ELECCIÓN»
Miró hacia
ambos lados y, con un hábil movimiento,
forzó la cerradura, que, vieja y amojosada, no presentó demasiada resistencia. Se introdujo rápida y
sigilosamente y sin dudarlo se dirigió hacia la escalera, a la derecha del
hueco del ascensor.
Subió los escalones de dos en dos hasta
llegar al quinto piso.
Miró el pasillo, en semi penumbra, y con
seguridad caminó hacia la tercera puerta. Lo había repasado tantas veces en su
mente que, aunque nunca había estado allí, todo le resultaba familiar.
Era un día brillante y la luz que entraba
por los amplios ventanales lo obligó a entrecerrar los ojos. Parpadeó con
fuerza. Descargó el bulto que traía colgando de su hombro derecho sobre un
sillón desvencijado y se acercó a la ventana más próxima. Desde allí contempló
el movimiento de la calle. Tal como lo había previsto dominaba la totalidad del
recorrido de la amplia avenida que se extendía al frente del edificio. Casi sin
prestarle atención vio las banderas onduladas por una brisa suave pero
persistente que hacía más agradable la jornada. De a poco la gente se iba
aproximando buscando la mejor ubicación, pero aún faltaba bastante. Había
llegado con el tiempo suficiente como para no tener ningún tipo de sobresaltos.
El sol
pegaba de pleno sobre su cara y le transmitía una confortable sensación de
calidez, pero él no estaba para esas cosas. Trajo el equipaje hacia la ventana,
lo abrió, miró su contenido y lenta y parsimoniosamente inició la ceremonia,
tantas veces ensayada, de ensamblar las piezas.
Sabía que solamente tenía que esperar el
momento oportuno. El transmisor descansaba en el piso cerca de su mano
izquierda. Por allí vendría la orden. El sólo tenía que obedecer... Como
siempre... Sin pensar... Solo hacer lo que le mandaban...
Toda su vida había sido de esa manera...
- ¡Yo... Yo!... ¿Puedo
elegir el equipo yo? ¿Puedo pisar? –
-
¡Tomátelas, pibe!... Sos muy chico para eso... No jodás. ¿Querés? –
Claro que cuando tuvo la
edad que los demás le exigían ya no estaba para jugar a la pelota:
- Tenés que ir a laburar... Acá vagos
no mantenemos... ¿Me entendiste? – Le dijo su viejo mientras destapaba una
cerveza.
-
Don José – Completó su madre - te está esperando en el supermercado... Necesita
un pibe para hacer los mandados... Ya hablé con el... –
Y allí había ido, sin
preguntar como ni por qué, a trabajar desde pequeño.
Aprendió a obedecer órdenes
desde el vamos. – Limpiá el corredor cinco... Llevá la mercadería al
depósito... Acompañá a la señora hasta el auto... etc., etc. –
En el escaso tiempo que le
quedaba libre le pasaba lo mismo. El grupo de “amigos” que solía reunirse en la
esquina cercana al bar, ya tenían su estructura establecida... y el no
encajaba... Trataba de quedar bien, y entonces le daban órdenes... lo mandaban
a hacer las cosas que a ellos no les gustaba... y el obedecía como una manera
para ser aceptado dentro del grupo... ¿Qué más podía hacer?
Justamente esa fue la causa
por la que quedó pegado y le costó todos esos años... Terribles años de tortura... – Llevale la merca al
“Pollo”- Le indicaron. El sabía en que se metía, pero era una orden, tenía que
cumplirla... Cuando le dieron la voz de alto trató de correr pero fue inútil...
Por supuesto que no deschavó a nadie. Le ofrecieron disminuir la pena si
colaboraba, pero el no podía elegir, tenía que respetar los códigos, aun cuando
estos no estuvieran bien...
Le dieron cuatro años... Los
peores cuatro años de su vida...
Trató de no pensar... La ley de la supervivencia... Y el siempre en el
mismo papel: obedecer, obedecer, obedecer... Cerró los ojos con fuerza... Un
dolor extraño lo sacudió desde lo mas profundo... con lágrimas en los ojos
recordó los únicos tiempos de paz que tenía cuando entraba un tímido rayo de
sol por el miserable hueco de su celda... le pareció sentir el calor
acariciándolo... igual que el sol que ahora entraba por el ventanal dándole una
sensación de bienestar que hacía mucho no experimentaba.
Se asomó lo
suficiente para ver que abajo, en la calle, ya la gente se agrupaba en ambas
aceras. Se adivinaba la agitación y el bullicio. Era evidente que faltaba poco.
Los únicos
que lo habían defendido cada vez que la estaba pasando mal fueron los del
Grupo. Primero se le acercaron con cautela, y cuando estuvieron más seguros le
hablaron para incorporarlo. Entendió que esa era la única manera de sobrevivir
en ese mundo de fieras y no lo dudó.
En un
principio simplemente lo fueron adoctrinando. Le explicaron en que consistía el
Grupo, le dijeron cuales eran sus objetivos y como pensaban lograrlo. Mucho no
entendía pero comprendió que era la mejor forma de pasarla bien y que los otros
no lo molestaran. Poco a poco le fueron asignando tareas, que el cumplió de la
única manera que sabía hacerlo: obedeciendo...
simplemente obedeciendo y sin preguntar.
Cumplió con
todo lo que le indicaron, mansamente... Los del Grupo... los guardiacárceles...
los otros presos... Pero eso le valió que por su buena conducta se le redujera
la pena... Quedó en libertad bastante antes de lo previsto...
Cuando
estaba listo para salir, sus
protectores, lo llamaron y le dieron una dirección... Debía contactarse con la
gente de afuera. Allí le habrían de decir que hacer.
Durante el
tiempo que había pasado en la penitenciaría no había recibido una sola visita.
Su familia, sin decir nada había dado la orden que él debía obedecer... No
vuelvas más... Estamos mejor sin vos... Cumplió, sin dudarlo se dirigió hacia
donde le habían indicado.
Allí lo
recibieron y en cierta manera lo protegieron. Le dieron ropa nueva, volvió a
comer un plato caliente y le asignaron un sitio en donde dormir... Poco a poco
le fueron dando distintas ocupaciones, tareas a cumplir, que fueron creciendo
en responsabilidad, y que el ejecutó como estaba acostumbrado, sin fallas,
obedeciendo las instrucciones al pie de la letra.
Un buen día
lo llamaron, y él adivinó que algo especial estaba por suceder.
Lo llevaron
a un edificio céntrico, lo acompañaron por unos pasillos alfombrados hasta
llegar a una oficina donde lo dejaron solo. Recordó la sensación que le produjo
el estar parado en medio de tamaña habitación, con muebles que debían valer una
fortuna. Calculó que con solo la cuarta parte de lo que allí había podía vivir
cómodamente el resto de su vida.
No pudo
elaborar mucho más. Un hombre de rostro amable y distendido entró por una
puerta lateral y fue directamente a saludarlo como si lo conociera de toda la
vida. Lo llamó por su nombre... Era evidente que lo conocía... Luego lo invitó
a sentarse.
Hablaba con suavidad y pronunciaba cada
palabra con claridad, como para que no quedaran dudas de lo que estaba
diciendo. Le contó que lo habían estado observando. Que su comportamiento había
sido ejemplar y que por ese motivo había sido seleccionado entre muchos para
cumplir con la misión más importante que el Grupo podía asignar a persona
alguna.
También
recordó que en ese momento, cuando supuestamente tendría que haberse sentido
orgulloso, o por lo menos halagado, permaneció indiferente y solo asintió con
la cabeza.
Le explicó,
entonces, en que consistía tamaña responsabilidad, le preguntó si la aceptaba,
y él supo que tenía que decir que si.
Lo llevaron
de inmediato a otro sitio del edificio. Un lugar mucho más sombrío y sobrio que
la oficina que acababa de dejar. Un grupo de hombres y mujeres lo estaban
esperando. Rápidamente, con precisión militar le dieron las instrucciones, y
finalmente le entregaron una especie de bolso alargado que colgó sobre su
hombro sin hacer ningún tipo de pregunta.
El día prefijado pasaron a buscarlo y sin
intercambiar una palabra lo dejaron en la puerta del edificio en donde ahora se
hallaba.
Abajo el
bullicio se había incrementado, los chicos y algunos adultos agitaban
banderitas y se apretujaban para ver la caravana de vehículos que se aproximaba
por el extremo de la avenida.
Tal como se
le había indicado encendió el transmisor y extendió la antena. Una vez
completada su tarea volvió a la ventana y esperó.
La limosina
descapotada avanzaba lentamente. El hombre de pié saludaba con los brazos en
alto hacia uno y otro lado.
Advirtió el
desplazamiento de la gente de la custodia que, con nerviosismo, trataba de
cubrir todos los rincones. Sonrió con suficiencia y se inclinó para apuntar
mejor.
La mira telescópica
le acercó el rostro del hombre de la limosina. Lo vio sonriente, despreocupado,
feliz entre la multitud que lo aclamaba entusiasmada.
Sabía lo
que tenía que hacer.
Las
delgadas líneas en cruz se centraron en la frente, el dedo índice oprimió
firmemente el gatillo. Observó la cara distendida, lo sintió confiado... sin
sospechar lo que iba a sucederle...
Las órdenes
no admitían dudas...
Un zumbido
en el transmisor le indicó que del otro lado estaban a la expectativa.
El auto se
detuvo por un instante y él supo que ese era el momento... apuntó apenas un
poco mas abajo, justo en el entrecejo y...
-
¡Pum!- Exclamó y una sonrisa le iluminó el rostro.
-
¡Pum, pum! – Gritó y estalló en una carcajada que a él mismo lo
sorprendió... Hacía tanto que no se reía.
Apagó el transmisor antes de
que del otro lado pudieran reaccionar.
Desarmó
meticulosamente el arma. La volvió a poner en el bolso. Con agilidad, como si
se hubiera sacado un peso de encima,
salió de la habitación, bajó por la escalera de servicio y sin mirar
para ningún lado dejó el edificio rápidamente.
En un
contenedor cercano abandonó el bulto, dobló en la esquina siguiente y cruzando
hacia la vereda iluminada por el sol se alejó sin saber hacia donde.
Se
descubrió canturreando una canción que alguna vez había oído... y entonces se
dio cuenta que por primera vez en su vida no había obedecido... Como nunca lo había hecho antes había tomado
una decisión... El había elegido que hacer con su vida... El... Exclusivamente
él y nadie más...
A lo lejos
se escuchaban los sonidos apagados del desfile que continuaba discurriendo por
la avenida.
Suspiró con
satisfacción y levantó su cara en dirección al cielo tratando de sentir con
plenitud la calidez del sol.
Sabía que
se había metido en un lío del que no tenía la menor idea de cómo iba a salir...
pero eso hoy no le interesaba... Una sensación jamás experimentada lo invadía y
ninguna otra cosa podría modificarla... Se sentía feliz...
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