UNA HISTORIA OLVIDADA
Estiró el
brazo cuanto pudo en un intento vano de detener el estridente sonido del
despertador.
Siempre lo
sobresaltaba.
Llevaba más de
15 años cumpliendo la misma rutina y todavía no se acostumbraba.
Se sentó en el
borde de la cama, localizó el implacable artefacto, tanteó la perilla de la
izquierda y la movió casi con desesperación.
Su mujer se arrebujó,
aprovechando el calor que su cuerpo había dejado, suspiró con fuerza y continuó
durmiendo. Todavía faltaban dos horas para que los chicos se levantaran para ir
a la escuela.
Puso la pava a fuego lento
y se fue a lavar.
El agua fría lo terminó de
despabilar.
Mientras se cepillaba los
dientes miró su imagen reflejada en el espejo.
Sonrió.
La barba de dos día le
sombreaba el mentón. Más que sombrearlo lo agrisaba. Pero todavía podía tirar
unos días más. Tal vez si el domingo salían, entonces sí. Ya vería.
Casi en puntas de pie fue
hasta la cocina. La pava como siempre estaba a punto. El agua caliente pero sin
hervir. El mate normalmente lo dejaba preparado desde el día anterior para no
perder tiempo.
Hacía frío.
Este invierno anunciaba
unas temperaturas muy bajas.
Lindo para tomar unos
matecitos calientes a las cuatro de la mañana.
Miró por la pequeña ventana
que daba al patio. Era noche cerrada. Sin luna.
El trabajo quedaba a unas
veinte cuadras. Antes las hacía en bicicleta. Pero se la robaron. La dejó en el
galponcito, como de costumbre, y cuando fue a buscarla, al día siguiente, ya no
estaba.
Desde entonces caminaba.
Mejor. Caminar es bueno
para la salud.
Él era así. Vivía en
positivo. Siempre trataba de encontrarle el lado bueno a las cosas. No valía la
pena amargarse. Todos lo querían y respetaban. Había ayudado a muchos de sus
vecinos y, en muchas oportunidades, hasta venían a pedirle consejos.
Era su forma de ser.
Cuando le pidieron que
fuera delegado no aceptó. No... Esas cosas no eran para él... Aunque a veces
era mucho más coherente su opinión y le hacían más caso que a los propios
representantes.
A Gregorio Perotti lo
conocía desde chico. Hijo de un tano laburador había heredado el tesón del
padre y poco a poco había formado una pequeña empresa que hoy ocupaba a más de
treinta operarios.
El tano, como le decían,
siempre había dado el ejemplo. Era el primero en llegar, conocía cada una de
las máquinas que con esfuerzo había ido comprando, y tenía la capacidad de
discutir con empresarios más gordos para mantener funcionando el negocio.
Eran tiempos difíciles.
Claro que sí. Las pequeñas industrias se veían jaqueadas por la importación
incontrolada. Pero Gregorio luchaba a brazo partido.
Y él estaba a su lado.
Nunca podría olvidar cuando
su mujer se enfermó y el propio Tano, en persona, fue a verla y hasta la hizo
atender por su médico particular. Y no dejó de preguntarle hasta que estuvo
repuesta.
Eso se reconoce para toda
la vida.
Como cuando apareció ese
grupo de muchachotes, enmascarados, con la intención de secuestrarlo. Él se
metió en el medio para explicarles que estaban equivocados. El patrón era uno
de nosotros. Había peleado desde abajo, con mucho esfuerzo. La pucha si él lo
sabía. No era justo ni lógico pensar que era un enemigo sólo por que tenía una
empresa, pero que, en realidad, era parte de todos.
Eso no era defender al
pueblo. Seguro había una equivocación.
Todos sabíamos donde estaba
la corrupción... No acá... No en el Tano...
Cada vez que recordaba
aquel episodio, casi sin querer se tocaba la frente donde una cicatriz mostraba
el sitio donde había recibido el culatazo. Siete puntos le había dicho el
médico.
Suerte que otro de los
operarios había podido avisar a la seccional que quedaba cerca y cuando se escuchó la primera sirena los tipos
rajaron sin poder hacer nada.
Ese episodio lo confundió
un poco.
El siempre había apoyado a
los grupos de lucha. Hasta en alguna oportunidad, y a pesar de las protestas de
su familia, había ocultado y curado a un chico que había encontrado herido en la puerta de su casa.
Entendía, o creía entender,
que eran grupos que peleaban en contra de la opresión. El gobierno de facto no
era el gobierno del pueblo. Eran patriotas arriesgando la vida por su país. Pero al atacar a uno de los
propios... por el simple hecho de tener mas guita, pero por esfuerzo propio...
Algo no cerraba.
Claro, seguro que tenían
una información equivocada... si eso era, una información equivocada, nadie
puede ser tan estúpido o fanático como para no poder ver ese tipo de cosas.
En fin.
Miró el reloj que estaba
sobre la heladera. Aún faltaban unos minutos.
Fue al baño.
Silenciosamente besó a su
mujer que seguía profundamente dormida, hizo otro tanto con los chicos. Arropó
al varón que, como siempre, daba tantas vueltas que terminaba totalmente
destapado. Se colocó el gabán y se dispuso para una nueva jornada.
Cerró la puerta con
cuidado.
Metió las llaves en el bolsillo
trasero izquierdo.
Se levantó el cuello del
abrigo. La respiración, con el frío de la mañana, provocaba nubes de vapor. Le
gustaba jugar con eso. Soy un dragón, pensaba, como el del cuento de los
chicos, y saco bocanadas de humo cuando quiero. Y aceleraba o disminuía su
respiración jugando con los efectos que ello producía.
Ya tenía calculado el
tiempo. Caminaba a un ritmo no muy rápido pero sostenido y eso le permitía
llegar unos minutos antes del horario de entrada.
Como todos los días
caminaba tarareando para sus adentros una canción. Cualquiera. Se le solían
pegar tonadas de moda y las repetía inconscientemente.
Era feliz... ¿Era feliz?...
Y si... No podía pedir más. Tenía una
familia que lo quería. Una mujer trabajadora que se preocupaba por dos hijos
que eran una maravilla. Tenía amigos y un trabajo que le gustaba. Era respetado
porque respetaba a todo el mundo... ¿Qué más podía pretender?
Saludó, como siempre al
vendedor de diarios. Se cruzó con los mismos de todos los días, que con
seguridad, como él, concurrían a sus respectivos trabajos.
En algunos lugares el piso
estaba mojado. ¿Había llovido anoche? Ja... Ni se había enterado.
Saltó algunos charcos y en
algunos lugares caminó por el medio de la calle hasta encontrar el mejor sitio
para ascender a la vereda.
Para llegar a la fábrica
tenía que pasar por la zona céntrica lo que hacía que, a pesar de la hora,
hubiese más movimiento.
Vio al linyera de siempre
durmiendo en el umbral del edificio próximo al banco.
Había muchos autos
estacionados, probablemente de los que vivían en los departamentos y que, dadas
las circunstancias y al no poder pagar una cochera, los dejaban toda la noche
afuera.
Una leve película blanca se
extendía sobre los techos y los parabrisas.
Realmente hacía frío.
Una mujer con un bastón
cruzó en diagonal hacia donde él caminaba.
Seguro va hasta el banco.
Estos jubilados siempre quieren ser los primeros en cobrar. Se rió. Ya me va a
tocar a mí.
Vio una Traffic blanca.
Seguro la camioneta del laburo, pensó. Le llamó la atención que no tenía
inscripciones. ¡Que sé yo!
Sin saber por qué,
instintivamente, llevó su mano a la cicatriz de la frente.
Un fogonazo intenso alumbró
proyectando sombras siniestras sobre la calle que, en segundos, explotó en
múltiples sonidos de metales retorcidos y vidrios que estallaban al compás de
la onda expansiva.
No llegó a enterarse. No
pudo ver el espectáculo que crecía a su alrededor. No escuchó los sonidos
entremezclados de hierros crujientes y voces humanas pidiendo ayuda.
Una esquirla de acero había
penetrado justamente a la altura de la frente, allí donde tenía una línea
blanquecina que denotaba la herida anterior.
Quedó tendido en el suelo
mientras una mancha carmesí se extendía sin límites formando una aureola
alrededor de su cabeza.
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Un sonido persistente lo
despertó sobresaltado. Trató de extender su brazo para detenerlo, pero no pudo... Trató de
sentarse en la cama... pero no sentía el cuerpo... Comprendió que no era la
alarma de su despertador... mas bien parecía una sirena... o algo así... Abrió
los ojos y vio gente que corría en todas direcciones... Pensó que iba a llegar
tarde a su trabajo... Pensó en su esposa que dormía plácidamente sin suponer lo
que estaba sucediendo... En sus hijos que...
Se dio cuenta de lo que ocurría y trató de entenderlo.
No importa pensó... y,
aunque algo no le cerraba en todo esto, se repitió... es por el bien de la
patria... Con toda seguridad nuestros hijos tendrán un mundo mejor.
Cerró los ojos... Lenta y
progresivamente las imágenes, los sonidos... el dolor... fueron desapareciendo
y simplemente se entregó con una sonrisa enrojecida entre los labios.
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